Descubriendo Marrakech: Un Viaje a Través de los Siglos

En el año 1062, en medio del vasto desierto del norte de África, surgió una ciudad que se convertiría en un faro de civilización y poder: Marrakech. Fundada por Youssef Ibn Tachfin, el primer emir de la dinastía bereber de los almorávides, Marrakech fue concebida como una avanzadilla estratégica para asegurar el dominio de la tribu sobre una región vital, donde convergían las rutas de caravanas que cruzaban el Sahara hacia el África negra.

Con el tiempo, lo que comenzó como un puesto militar se transformó en una próspera ciudad comercial, gracias a su ubicación estratégica en las rutas comerciales del desierto. Bajo el dominio de los almorávides, Marrakech floreció, expandiendo su influencia hasta Marruecos y la península Ibérica. La ciudad se convirtió en un centro de actividad cultural e intelectual, atrayendo a comerciantes, eruditos y artistas de todo el mundo árabe.

Sin embargo, la grandeza de Marrakech alcanzó su punto máximo bajo el reinado de los almohades, quienes conquistaron la ciudad en 1147 después de un largo asedio. Los almohades, con su visión grandiosa, reconstruyeron Marrakech con una arquitectura impresionante, erigiendo magníficas mezquitas, palacios y fortificaciones que dotaron a la ciudad de un esplendor sin igual.
Además, experimentó un renacimiento cultural, convirtiéndose en un centro de aprendizaje y cultura islámica. Grandes pensadores, poetas y científicos de todo el mundo árabe se congregaron en la ciudad, contribuyendo al florecimiento de las artes y las ciencias.

A pesar de su grandeza, el dominio almohade sobre Marrakech no duró para siempre. En 1276, los benimerines derrotaron a los almohades, extendiendo su influencia sobre Marrakech y el sur de Marruecos. Este ciclo de conquista y cambio dinástico continuó a lo largo de los siglos, con diferentes familias reinantes dejando su huella en la historia de la ciudad.
A medida que las dinastías venían y iban, Marrakech seguía siendo un centro de actividad cultural y comercial, atrayendo a comerciantes, viajeros y artistas de todo el mundo. La ciudad se convirtió en un crisol de culturas, donde las tradiciones árabes, bereberes y africanas se entrelazaban para crear una identidad única.

Fue en el siglo XVI cuando Marrakech volvió a resurgir, esta vez bajo el dominio
de la tribu de los saudíes, que trasladaron la corte a la ciudad en 1549. Durante
este período, Marrakech experimentó un período de gran crecimiento y esplendor, convirtiéndose en una de las ciudades más pobladas del mundo árabe y adornada con palacios suntuosos, como el impresionante Palacio de Badi.
Bajo el dominio saudí, Marrakech se convirtió en un centro de actividad política, económica y cultural, atrayendo a comerciantes, artesanos y artistas de todo el mundo. La ciudad era conocida por su opulencia y extravagancia, con sus calles llenas de mercados bulliciosos, palacios magníficos y jardines exuberantes.

La llegada de las potencias coloniales europeas en el siglo XIX trajo consigo un nuevo capítulo en la historia de Marrakech. Francia y España se repartieron el control de Marruecos, desencadenando una serie de revueltas y conflictos que marcarían el camino hacia la independencia.

Para mantener el control, la administración francesa hizo un pacto con Thami el Glaoui, un señor de la guerra que gobernaba las tribus del Atlas. Durante más de cuarenta años, Thami el Glaoui gobernó Marrakech con mano de hierro, hasta su muerte en 1955. Su desaparición marcó el inicio de una nueva era para Marrakech, que finalmente obtuvo su independencia en marzo de 1956

Hoy en día, Marrakech sigue siendo un destino fascinante para los viajeros, una ciudad donde el pasado y el presente se entrelazan en un vibrante tapiz de historia y tradición. Desde sus antiguas murallas hasta sus bulliciosos zocos, cada rincón de Marrakech cuenta una historia, invitando a los visitantes a sumergirse en la rica cultura de esta joya del norte de África.
Marrakech es hoy la ciudad internacional de Marruecos, con una comunidad de extranjeros que viven permanentemente aquí vasta y en continuo crecimiento. Los pioneros fueron los millonarios de los años veinte y treinta, seguidos por artistas e intelectuales de los años sesenta entre extravagancias y fiestas psicodélicas. Nació en aquellos años el mito del
Marrakech exótico y bohémienne que arrastró a la generación sucesiva de extranjeros, que desembarcó en la ciudad a partir de los años ochenta. Algunos de ellos decidieron trasladarse a vivir a la Medina, recuperando antiguos edificios en plena decadencia. La población marroquí, en cambio, por lo menos la que se lo puede permitir, vive en el sueño de una casa «moderna» en la ville nouvelle.

La Medina, también conocida como la ciudad vieja, es el corazón histórico de Marrakech. Rodeada por imponentes bastiones de tierra roja, esta parte de la ciudad está impregnada de historia y cultura. Aquí, las reglas tradicionales prevalecen: el alcohol está prohibido y los edificios no pueden superar los tres pisos de altura. El característico color rojo-ocre de los edificios le ha valido a Marrakech el apodo de «ciudad roja». La Medina está repleta de
antiguos palacios, mezquitas y mercados, siendo la gran plaza de Jamaa el Fna su punto focal más emblemático.
Explorar la Medina es sumergirse en un laberinto de callejuelas llenas de vida y color, donde los vendedores ofrecen sus productos y los aromas de especias y comida callejera llenan el aire. Los antiguos palacios y mezquitas, aunque en su mayoría no están abiertos a los no musulmanes, son testigos silenciosos de la rica historia de Marrakech y su importancia como centro cultural y religioso.

Fuera de las murallas de la Medina se encuentra la ville nouvelle, la ciudad nueva construida durante el dominio colonial francés. Aquí, la modernidad se mezcla con la tradición en una amalgama única de estilos arquitectónicos. Los barrios de Guéliz e Hivernage son los principales distritos de la ville nouvelle, con la Avenue Mohammed V como su arteria principal. Esta amplia avenida arbolada desemboca junto a una de las puertas de la ciudad vieja, creando un puente visual entre el pasado y el presente de Marrakech.
En la ville nouvelle, los visitantes pueden encontrar una amplia variedad de tiendas, restaurantes y hoteles de lujo, así como una vibrante vida nocturna. Aquí, el ritmo de vida es más rápido y cosmopolita, pero aún se pueden encontrar reminiscencias de la rica cultura marroquí en cada esquina.

Hacia el este de la Medina, fuera de sus murallas y fuera de la ciudad nueva, se encuentra el barrio residencial de la Palmeraie, una zona semidesértica llena de palmeras que ha experimentado un crecimiento significativo en los últimos años.
La Palmeraie es un refugio tranquilo del bullicio de la ciudad, donde los residentes pueden disfrutar de la tranquilidad y la belleza natural del paisaje. Con sus lujosas villas y complejos turísticos, escondidos entre palmeras, este barrio ofrece un estilo de vida exclusivo en medio de la vibrante energía de Marrakech.

  • Medina: Es la ciudad vieja, protegida por un cordón de bastiones hechos de tierra roja que encierran un laberinto de callejuelas y palacios, mercados y mezquitas, cúpulas y miranetes. La Medina de Marrakech ha sido declarada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1985, siendo actualmente uno de los lugares de visita obligada. Su corazón es la gran plaza Jamaa el Fna, al norte de la cual se abre el laberinto de los Suks (mercados tradicionales, a menudo descubiertos). Siguiendo hacia el norte se encuentran la mezquita y madraza de Ben Youssef y el Museo de Marrakech. Al sur de la plaza, en cambio, a lo largo de los siglos se han instalado los gobernantes de la ciudad. Hoy la zona está dominada por el Palacio Real, erigido sobre las ruinas de los precedentes palacios almohades, que ocupa una vastísima área rodeada de murallas (la llamada kasbah, que significa ciudadela fortificada) y no está abierto al público. Pero se puede visitar el palacio de la Bahía y de Dar Si Said, construidos en el siglo XIX por dos visires de los sultanes y las imponentes ruinas del gran palacio Badi.
  • Guéliz: Es el núcleo principal de la ciudad nueva, construido por los franceses en los años treinta. El barrio es menos característico que la Medina, pero también animado. Aquí es donde se concentran los grandes hoteles internacionales y los restaurantes, las tiendas y los no muy numerosos locales nocturnos de la ciudad.
  • Hivernage: Al sur de Guéliz y un poco al oeste de la Medina se encuentra este pequeño barrio residencial que alberga villas particulares y hoteles internacionales de cinco estrellas, así como el nuevo Teatro de la Ópera y el Palacio de Congresos.
  • Palmeraie: Este vasto oasis de tierra pelada y palmeras se extiende al noreste de la Medina (más de 100.000 plantas se han regado durante siglos gracias a la ingeniosa red de tuberías subterráneas de barro seco que data del siglo XII). Es la última frontera de los millonarios de Marrakech, marroquíes y extranjeros, que se han construido residencias de lujo, con jardines exuberantes y a menudo circundadas de altos muros para proteger la privacidad de los residentes y sus huéspedes. Algunas son hoteles de lujo, como el Hotel Jnane Tamsna, una distinguida infraestructura en estilo ecléctico que hospeda a las estrellas de Hollywood que pasan por la ciudad, o Les Deux Tour, proyectado por el arquitecto más famoso de la ciudad, Charles Boccarà. Es una especie de Beverly Hills a la marroquí, donde se rige la norma del total respeto por las palmeras de modo que ninguna construcción puede dañar o interferir en el crecimiento de las palmeras.
  • Mellah: Es el antiguo barrio judío de la ciudad, que da a la muralla exterior del palacio Badi, en la zona sur de la Medina. En él hay una sinagoga y un gran cementerio, demás de un mercado cubierto. Algunas de las casas del barrio tienen balcones que dan a la calle, una peculiaridad de los judíos de Marrakech. Su nombre, Meliah, un apelativo común a todos los barrios judíos de las ciudades marroquíes, significa «lugar de la sal», lo cual se remonta a la época del monopolio que los mercaderes judíos tenían del comercio de la sal que se extraía de las montañas del Atlas y que se utilizaba para conservar los alimentos. La comunidad judía de Marrakech tiene un origen muy antiguo. A principios del siglo XX contaba con unos 40.000 miembros, pero después de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual el rey Mohammed V rechazó aplicar las leyes antisemitas promulgadas por el gobierno francés colaboracionista de Vichy, la mayoría emigró a Francia, Estados Unidos o Israel o se trasladó a Casablanca. Actualmente quedan sólo algunos centenares de personas.
  • Plaza Jamaa el Fna: Esta gran plaza de forma irregular (hoy pavimentada, pero hasta hace poco de tierra batida roja) es el corazón de la Medina, desde donde salen en todas direcciones una densa red de callejuelas. Tranquila y somnolienta por la mañana, al pasar las horas se va llenando de vendedores ambulantes de todo tipo y mujeres que pintan las manos y pies con henna; también hacen su aparición los vendedores de agua, los vendedores de quincalla o de dentaduras y pociones afrodisíacas. Pero el momento culminante es al anochecer, cuando se convierte en un enorme escenario al aire libre, donde una multitud de espectadores de todas las edades pasea y rodea a los malabaristas, músicos, faquires, encantadores de serpientes y juglares. Y en el centro de la plaza se instalan decenas de tenderetes-restaurante que sirven pinchos y otros platos tradicionales cocinados en el acto. Es un espectáculo de sonidos, olores y colores del que se puede disfrutar sentado en uno de los muchos cafés que hay en la plaza, pero lo mejor es mezclarse con la gente e ir de corro en corro, dejándose llevar por las sensaciones del momento.
  • Avenue Mouassine: Es la calle más refinada de la Medina. Detrás de las paredes desnudas de ladrillos o arcilla roja se esconden un número creciente de tiendas de moda y galerías, como Dar Cherifa y el Ministerio del Gusto, así como refinados riads.
  • Avenue Mohammed V: Esta amplia avenida arbolada es la arteria más importante de Guéliz, el barrio principal de la ciudad nueva, en la que se encuentran los edificios modernos de oficinas, bancos, tiendas, restaurantes y cafés con terrazas. Su punto más destacado, alrededor del cruce con la calle de la Liberté, es el Mercado Central, allí donde la gente del lugar compra comida, flores y productos de menaje para la casa. El tramo más céntrico de la avenida entra a la Medina a través del Bab Nkob y termina a los pies del minarete de la Koutoubia.
  • Los suks: El barrio de los suks (mercados o zocos) se halla junto a la parte norte de la plaza Djemaa el Fna. Las dos calles principales son Rue Semarine y Rue Mouassine; la primera es una sucesión ininterrumpida de pequeños bazares, mientras que la segunda es más tranquila y cuenta con un número creciente de lugares de calidad. Cada sección del suk lleva el nombre del principal tipo de mercancías que ofrece (vestidos, especias, pieles, babuchas, alfombras, lana, madera, vajillas, etc.) o de los talleres de los artesanos (tintoreros, carpinteros, herreros, etc.). El suk de las alfombras ocupa el área del viejo mercado de los esclavos, el criée berbère. Al nordeste de los suks está el barrio de los curtidores, que se extiende a lo largo de la calle Bab Debbagh, llamada así debido a que desemboca en la puerta que lleva ese mismo nombre.
  • Mezquita y Madrasa Ben Youssef: La mezquita domina la plaza homonima, en medio de los suks que se extienden al norte de Jamaa el Fna. El edificio actual data del siglo XIX, pero en el mismo lugar se construyeron anteriormente, desde el siglo XII, otras dos versiones. Frente a la mezquita, en el interior de un recinto y más baja que el nivel de la calle, se encuentra la cúpula Ba’adiyn, la única estructura que quedó en la ciudad de tiempos de los almorávides, los fundadores de Marrakech. El interior está decorado con vivos motivos florales. En las cercanías está también la madrasa (escuela coránica) Ben Youssef, fundada en el siglo XIV y más tarde ampliada en diversas ocasiones. En funcionamiento hasta los años sesenta, más tarde fue restaurada y abierta al público. Se accede a un imponente patio sobriamente decorado con trabajos de estuco, madera de cedro con incrustaciones y azulejos, con un gran estanque en medio. Alrededor del patio, en dos niveles, se encuentran las habitaciones de los estudiantes y una sala de oraciones con una cúpula.
  • Mezquita Kutubia: Rodeada por magníficos rosales, se encuentra en el interior de la Medina, cerca de la Bad Jedid. Se construyó en el siglo XII, junto a un edificio construido hacía poco, que luego se derrumbó en el siglo XVIII, y tomó el nombre del suk el Koutubiyyin (suk de los libreros) que antiguamente había en la zona. La mezquita es famosa sobre todo por su minarete de base cuadrada, que hizo construir Yacoub el Mansour a fines del siglo XII, que representó el modelo de referencia para la Giralda de Sevilla, y para la Torre Hasan en Rabat. La torre es el edificio más alto de Marrakech y con sus 77 metros de altura domina la Medina, pudiéndose ver a distancia cuando se llega a la ciudad. Hoy la silueta destaca desnuda de ladrillos, culminada con globos de bronce, pero antiguamente toda la superficie del minarete estaba cubierta de decoraciones de cerámica y estuco (los únicos fragmentos que se han conservado son los frisos de azulejos debajo del almenaje). En el interior, que no se puede visitar, hay una rampa ascendente, lo suficientemente amplia como para poder subir a caballo, que lleva a la cima, desde donde los muecines llaman a los fieles a la oración ritual cinco veces al día. Al oeste de la plaza se encuentran las ruinas de una gran mezquita, que hicieron construir los conquistadores almohades.
  • Palacio Dar el Bacha (o Dar el Glaoui): Dar el Bacha significa «palacio del patró», y era la residencia de uno de los personajes más célebres de la historia de Marrakech, el cruel Thami el Glaoui, que en la primera mitad del siglo XIX fue señor de la ciudad y de todo el Atlas meridional durante varias décadas. Aquí Thami el Glaoui tenía su corte y recibía a los huéspedes ilustres que le visitaban, entre los cuales estuvieron políticos occidentales como el inglés Churchill o el americano Roosevelt. El aspecto actual del palacio seguramente no está a la altura de su fama, alimentada por una serie infinita de anécdotas curiosas y subidas de tono, pero quedan bonitos patios interiores ricamente decorados en yeso, madera tallada y azulejos policrómicos.
  • Palacio Badi: Se edificó con gran lujo en la segunda mitad del siglo XVI durante el reinado del sultán Ahmed el Mansour. Las paredes y los techos estaban recubiertos de oro proveniente de Tombuctú, mítica ciudad de más allá del desierto conquistada por el sultán. Había paredes de mármol y piedras importadas de la India y grandes patios embellecidos con estanques y fuentes caudalosas. Además, el ambiente olía a flores y esencias exóticas. No obstante, sólo cien años más tarde ya estaba en ruinas, pues el nuevo señor de Marruecos, Moulay Ismail, despojó completamente el palacio y se llevó sus tesoros a su nueva capital, Meknés. Hoy, la grandeza del pasado se debe imaginar caminando entre imponentes ruinas. El patio principal es un inmenso espacio vacío delimitado por imponentes bastiones perforados, sobre los cuales han hecho sus nidos las cigüeñas. El gran estanque central está seco, pero diseminados por el entorno hay restos de mosaicos y columnas esculpidas. El lugar revive durante los grandes eventos, como los conciertos y espectáculos del Festival del Arte Popular y las proyecciones en una gran pantalla durante el Festival de Cine.
  • Palacio de la Bahía: En el lado norte de Mellah, el antiguo barrio judío, se encuentra este gran palacio, que tiene una extensión de 8 hectáreas de superficie y cuenta con más de 150 habitaciones. Fue mandada construir a fines del siglo XIX por un visir de la corte real. Los interiores están ricamente decorados en estilo tradicional, con mosaicos y detalles de madera de cedro tallada. Los patios son especialmente bonitos, con pequeños pero frondosos jardines, piscinas y fuentes. Una parte del edificio estaba reservada a las habitaciones de las 24 concubinas del visir, que también tenía cuatro esposas. Cuando murió, el sultán vació el palacio y se llevó los muebles y las alfombras a la residencia real.
  • Tumbas Saadíes: Las tumbas sagradas de los sultanes se encuentran junto al muro meridional de la mezquita Kasbah, junto al Palacio Real, en la zona de la Medina. Durante siglos han representado un secreto bien guardado, que los occidentales desconocían totalmente. En los años veinte algunos oficiales franceses se dieron cuenta de que había algunos tejados verdes que sobresalían de los barrios más pobres. Indagaron entre la gente del lugar, obteniendo siempre evasivas, pero uno de ellos perseveró en su investigación hasta descubrir una callejuela escondida que llevaba a una minúscula puerta en arco. Una vez pasado su umbral, entró en un jardín y vio las tumbas que hasta entonces se habían mantenido escondidas a los infieles. Hoy las tumbas saadíes son uno de los lugares más visitado de la ciudad, pero para acceder a ellas se tiene que hacer todavía el mismo recorrido tortuoso. Muchas tumbas están decoradas con mosaicos variopintos. Las más monumentales son las de los pabellones construidos durante el reinado de Ahmed el Mansour, en la segunda mitad del siglo XVI. A poca distancia de las tumbas está Bab Agnau, la puerta que marca el acceso a la Kasbah (área fortificada en el interior de la Medina, en la cual se encuentra el Palacio Real). Es una de las puertas más bonitas de la ciudad, realizada en el siglo XII en piedra y no en ladrillos de tierra como el resto. Al otro lado de la calle se encuentra la puerta Er Rob, invadida por coloridas tiendas de lozas.

Marrakech, aunque carece de grandes museos convencionales, ofrece fascinantes colecciones de arte y artesanía marroquí, tanto antiguas como contemporáneas. Destacando la cultura berebere, estas colecciones se exhiben en antiguos palacios exquisitamente decorados, que por sí mismos son una atracción. Además, la vida cultural contemporánea se concentra en galerías de arte que funcionan como espacios multifuncionales, albergando exposiciones, tiendas, librerías y cafés.

  • Dar Cherifa: Galería-café literario convertida en uno de los puntos centrales de la escena artística de la ciudad. Se encuentra en uno de los riads más antiguos de Marrakech, pues data de fines del siglo XVI. En ambientes devueltos a su antiguo esplendor y decorados con un gusto impecable, se pueden ver exposiciones de arte contemporáneo o fotografía, asistir a conciertos de música tradicional (gnawa, sufí, etc.) o a presentaciones de libros, o simplemente charlar frente a un vaso humeante de té a la menta, la bebida nacional de Marruecos. La idea es de Abdellatif Aït Ben Abdallah, el propietario de Marrakech Riads, una sociedad encargada de la venta y restauración de los riads y que ha restaurado, con gran rigor filológico, el palacio que alberga el centro cultural y otros cinco edificios dispersos por la Medina, transformándolos en maison d’hôtes.
  • Ministerio del Gusto: Ideado y realizado por los diseñadores italianos Alessandra Lippini y Fabrizio Bizzarri, este excéntrico gran espacio multifuncional se utiliza también como espacio para muestras temporales, cambiando de muestra cada tres meses aproximadamente, dedicadas tanto a artistas marroquíes como internacionales.
  • Musée Dar si Said: Situado en un suntuoso palacio del siglo XIX, expone una rica colección de objetos de arte y artesanía tradicional del sur de Marrruecos, entre los cuales hay piezas de cobre, alfombras, ropas y joyas bereberes, piezas talladas de madera de cedro, puertas, persianas policromas y fragmentos de techos, además de un «minbar» , una especie e púlpito transportable, que había sido utilizado en la mezquita Kutubia. El museo fue construido en el siglo XII por artesanos de Córdoba y sus lados están adornados por unos mil paneles decorados.
  • Museé de Marrakech: Inaugurado a fines de los años noventa en un palacio del siglo XIX meticulosamente restaurado, el museo se creó con el fin de tener una colección permanente de arte marroquí contemporáneo y organizar exposiciones y otros eventos culturales. Acoge también una preciosa colección de libros y caligrafía islámica y una recopilación de litografías y acuarelas de temas marroquíes.
  • Mussé du Jardin Majorelle: La villa Majorelle, que hizo construir en los años veinte el pintor Jacques Majorelle y que compró en los años sesenta el famoso estilista francés Yves Saint Laurent, alberga una colección permanente de arte islámico, que hoy se puede visitar junto con el espléndido jardín. Hay joyas tradicionales, bordados, manuscritos miniados, antiguas piezas de madera tallada y una serie de litografías de Majollere dedicadas al Atlas.
  • Musée Tizkiwin: Este pequeño museo privado, que se halla en el palacio del antropólogo-coleccionista holandés Bert Flint, cuenta con una magnífica colección de cerámicas, alfombras, tejidos y ropas bereberes. Cada región del país está representada con sus productos artesanales más característicos

A pesar de su árido clima, Marrakech ha sido siempre un jardín, gracias a las ingeniosas técnicas de canalización y riego llevadas a la práctica desde el siglo XI, cuando los almorávides llegaron a la región. El agua se trajo a la ciudad desde el valle de Ourika (a 60 km.) mediante canales de riego de barro seco. Hoy la ciudad cuenta con varios jardines.

  • Jardín Majorelle: Lo realizó en los años treinta el pintor francés Jacques Majorelle alrededor de su taller. En los años sesenta la propiedad pasó al famoso estilista francés Yves Saint Laurent, que se hizo construir una nueva villa y abrió en el antiguo taller de Majoralle una exposición permanente de arte islámico e hizo recuperar el jardín inspirándose en un estilo sensual y lujurioso. Sus superficies de un intenso azul cobalto, el llamado blu majorelle, cierran un universo tropical superabundante de formas y colores, entre naranjos, plataneros, palmeras enanas, cactus y otras raras plantas, hibiscus, y rosales. Además, hay diversos riachuelos y estanques llenos de nenúfares, donde viven carpas y tortugas. Un lugar que puede encantar, como una extravagante creación de alta costura con la firma de Saint Laurent. Ciertamente, está a años luz del estilo minimal con influencias orientales que tiene cada vez más adeptos entre los decoradores y arquitectos que trabajan hoy en la ciudad.
  • La Menara: Son los jardines más célebres de la ciudad. Se encuentran fuera del centro urbano, cerca del aeropuerto, y están dominados por un gran espejo de agua central, de forma rectangular, habitado por grandes carpas, desde donde sale el sistema de irrigación. En su entorno crecen olivos y árboles frutales. Los jardines fueron proyectados en el siglo XII, en tiempos de la dinastía almohade, pero luego cayeron en la ruina, hasta que en el siglo XIX los monarcas alauitas pusieron en marcha un proyecto de recuperación. En 1969, el sultán Mohammed V hizo construir lo que hoy caracteriza el lugar: el pabellón con el tejado de tejas verdes que se encuentra junto al estanque, reflejándose en sus aguas.
  • Jardines del Agdal. Estos jardines son una joya histórica y natural que refleja la belleza y la serenidad de Marruecos. Creados en el siglo XII por los almohades, se extienden sobre una vasta área y están salpicados de piscinas y canales de riego. El diseño tradicional marroquí se manifiesta en su disposición geométrica, con árboles frutales y exóticas plantas ornamentales que proporcionan sombra y color a lo largo de los caminos. Este oasis ofrece un refugio tranquilo y fresco del bullicio de la ciudad, invitando a los visitantes a pasear y relajarse entre su exuberante vegetación y su arquitectura tradicional. Los Jardines del Agdal son un testimonio vivo de la rica historia y la artesanía paisajística de Marruecos, Ahora también hay unos cuantos hoteles de lujo en la zona.