Los Graneros del Norte de África. Parte 1

Desde tiempos inmemoriales y como consecuencia de la hidrografía, del clima y también de las guerras y luchas entre tribus, los bereberes del Norte de África se han visto obligados a guardar sus provisiones alimenticias en graneros que construían y cuidaban entre toda la comunidad. Estos graneros, conocidos localmente como «agadirs» en la región del Anti-Atlas en Marruecos, son una parte fundamental de la vida y la cultura bereber. 

Aunque la denominación aplicada a estos edificios por la literatura europea ha sido la de “granero colectivo” o “comunitario”, no se trata de una puesta en común de las cosechas y otros bienes, como podría dar a entender el término utilizado, sino más bien de una agrupación de compartimentos o almacenes individuales guardada colectivamente. Cada uno de los compartimentos ha sido construido por una familia y ésta retiene la propiedad y se ocupa de la conservación, aportando a la comunidad su parte proporcional para el mantenimiento de los equipamientos comunitarios.Desde tiempos inmemoriales y como consecuencia de la hidrografía, del clima y también de las guerras y luchas entre tribus, los bereberes del Norte de África se han visto obligados a guardar sus provisiones alimenticias en graneros que construían y cuidaban entre toda la comunidad. Estos graneros, conocidos localmente como «agadirs» en la región del Anti-Atlas en Marruecos, son una parte fundamental de la vida y la cultura bereber. 

Los graneros son estructuras fortificadas, a menudo situadas en lugares de difícil acceso, como cumbres de montañas o colinas, para proteger las provisiones contra saqueadores y enemigos. La arquitectura de estos graneros es ingeniosa, utilizando materiales locales como piedra y madera, y a veces incluso adobe, para construir muros robustos y techos resistentes. Las entradas están diseñadas para ser fácilmente defendibles, con puertas gruesas y sólidas, y en ocasiones, sistemas de defensa adicionales como trampas y barreras.

Además del guarda, escogido por los propietarios y al que aseguran la subsistencia, a veces montan guardia ellos mismos día y noche por turnos. Estos guardias no solo protegen los alimentos almacenados, sino también otros bienes valiosos como herramientas agrícolas, armas, y en algunos casos, incluso documentos importantes. La responsabilidad de la vigilancia se comparte entre las familias, y la participación en estas tareas refuerza los lazos comunitarios y el sentido de solidaridad entre los miembros de la comunidad.

Dentro de los graneros, cada compartimento o almacén es una unidad autónoma. Las familias almacenan sus provisiones de forma independiente, utilizando técnicas tradicionales para asegurar que los alimentos se mantengan en buen estado durante largos períodos. Esto puede incluir la conservación de granos, frutos secos, y legumbres en vasijas de cerámica o bolsas de cuero, protegidas de la humedad y las plagas. La compartimentación también permite a las familias gestionar sus reservas según sus necesidades específicas, asegurando que tengan suficiente alimento para pasar las estaciones difíciles o los años de malas cosechas.

El mantenimiento de estos graneros es una responsabilidad compartida. Las reparaciones de las estructuras, la limpieza de los alrededores, y la mejora de las defensas son tareas que se realizan colectivamente, con cada familia aportando mano de obra y recursos según sus posibilidades. Este sistema no solo garantiza la integridad física de los graneros, sino que también fomenta una cultura de cooperación y mutualismo entre los bereberes.

En resumen, los graneros colectivos bereberes son mucho más que simples almacenes de alimentos. Representan una forma de vida que combina la autosuficiencia con la colaboración comunitaria, y reflejan la ingeniosidad y la resiliencia de las comunidades bereberes en un entorno históricamente desafiante. La construcción y el uso de estos graneros ilustran cómo las necesidades de seguridad y sustento han dado forma a la arquitectura y la organización social de las sociedades tradicionales del Norte de África.

Aunque se sabe que estos graneros existieron en todo el territorio norteafricano habitado antiguamente por los bereberes, en la actualidad solo se encuentran en comunidades de habla bereber que han mantenido sus tradiciones a pesar de la arabización de los países donde residen. Estas condiciones se dan principalmente en zonas aisladas y montañosas: el Djebel Nefusa en Libia, la región de Tataouine en el sur de Túnez, las montañas del Aurés en Argelia, y el Gran Atlas y Anti-Atlas en Marruecos. De todos estos lugares, Marruecos es donde se preservan más numerosos y diversos ejemplos, y donde la institución de los graneros ha alcanzado un mayor desarrollo o al menos se ha mantenido mejor.

El origen de estos graneros es incierto. Robert Montagne (1929) sugiere que surgieron entre los pastores trashumantes o seminómadas, quienes, al pasar largas temporadas lejos de sus provisiones, necesitaban un lugar seguro para almacenarlas, defendido por un solo guardián. Según esta teoría, los primeros graneros, utilizados antes de la llegada del islam, habrían sido cuevas acondicionadas o excavadas en los acantilados, de las cuales aún se conservan ejemplos significativos, como el Ighrem n’Ouchtine en el valle del Assif Melloul y los de Aoujgal en la vertiente norte del Gran Atlas central. Estos graneros son accesibles desde el fondo del valle mediante rutas empinadas y pasarelas construidas con troncos de sabina incrustados en la roca. Otro granero de este tipo es el Tizgui n’Aït Oubial en el Jebel Siroua, que según la tradición oral data del siglo XIII, mientras que el Meherz en el Anti-Atlas occidental es otro ejemplo notable, situado en un entorno extremadamente árido.

La investigación arqueológica realizada en Tazlaft en 2000/2001 por el CERKAS y el gobierno de Valonia (Bélgica) parece confirmar la teoría de Montagne. Cerca de este poblado hay restos de un primer granero de barranco de principios de la era cristiana, ruinas de un segundo silo en la cumbre del siglo XII y un tercer granero en el valle del siglo XVI. Sin embargo, no se puede generalizar sin pruebas sobre las demás regiones.

En Túnez, estudios han relacionado la aparición de graneros fortificados en escarpadas peñas con la llegada de las tribus nómadas Beni Hilal a mediados del siglo XI, lo que supuso una amenaza para las comunidades sedentarias. A partir de entonces, la situación y el carácter defensivo de los graneros se habrían moderado a medida que disminuía la inseguridad y evolucionaban las técnicas defensivas.

Esta teoría también podría aplicarse a Marruecos, donde los beduinos empezaron a establecerse a partir del siglo XIII. Esto coincide con la única datación segura, realizada con carbono-14 en los restos del granero de Ajarif, considerado uno de los más antiguos del Anti-Atlas occidental y cuyo código fue escrito en 1344. El análisis indicó que su construcción probablemente data de 1255, con un margen de error de cuarenta y ocho años. Otros graneros de cumbre o cresta que podrían datar de este periodo son los dos de Amtoudi (Aguelloui e Id Aissa), y el de Targa Oukhdair, del cual hoy solo quedan ruinas. Todos ellos se encuentran en la vertiente sur del Anti-Atlas occidental y podrían haber sido baluartes de la población bereber sedentaria frente a la invasión de los beduinos Beni Maâquil del desierto.

Existen datos que contradicen esta teoría, sugiriendo una mayor antigüedad para estos graneros. Deodoro de Sicilia mencionaba en el siglo I a.C. «torres donde los jefes líbicos guardan la parte del botín en reserva». Además, un testimonio recogido por Naji (2006) indica haber visto un documento antiguo, hoy desaparecido, que databa el granero de Aguelloui (Anti-Atlas occidental) en 1014, anterior a la llegada de las tribus árabes. La tradición oral anotada por Landau (1969) atribuye a la época edrisí una mezquita en lo alto de la peña de Aguerd Oudad (Anti-Atlas occidental), que formaba parte de un conjunto de silos. Aunque no se han encontrado restos del oratorio, quedan muchos restos visibles de los silos. Sin embargo, la validez de las dataciones por tradición oral es discutible.

Está claro que los graneros situados en las faldas de las montañas son posteriores a los de cumbres, datando de los siglos XVI y XVII, cuando las armas de fuego empezaron a permitir su defensa. Los graneros en las llanuras son aún más tardíos. La fecha exacta de construcción de algunos se conoce gracias a los códigos escritos encontrados. El más antiguo es el ya mencionado de Ajarif. No hay ningún otro código hasta el siglo XVI, posiblemente debido a la falta de personas capacitadas para redactar los reglamentos. El código de Ikounka (Anti-Atlas occidental) es de 1686 y el de Ighrem (Anti-Atlas central) de 1745. Finalmente, los graneros con inscripciones grabadas en sus puertas son del siglo XVIII o XIX, probablemente sustituyendo a otros más antiguos destruidos por tribus enemigas o por el tiempo. Ejemplos son Dou Ozrou y Talmoudate (Anti-Atlas central) de 1774, Agadir Anzerg (Anti-Atlas occidental) de 1794, Anamer (Anti-Atlas central) de 1829, Agadir n’Aït Mellal (Anti-Atlas central) de 1869 y Agadir Talilite (Anti-Atlas Occidental) de 1871. En el Gran Atlas no se han encontrado dataciones escritas, posiblemente debido a la escasez de letrados hasta fechas recientes. El estudio de tradiciones orales, arquitectura y técnicas constructivas sugiere que la mayoría no son anteriores al siglo XVII, excepto los situados en cavidades de barrancos según la teoría de Montagne. Entre los más recientes está el Ighrem n’Toudda Ou Said, construido hacia 1910 por una fracción de los Aït Sokhmane según Naji (2006).

En el Anti-Atlas y Siroua, la mayoría de los graneros funcionan según un acta de fundación conocida como «luh» o «tabla,» la cual detalla las normas de funcionamiento. Estas reglas están escritas en tablillas de madera y, además de ser memorizadas, son interpretadas en caso de conflicto por el consejo rector. Aunque las comunidades usuarias de estos graneros hablan bereber, las actas están escritas en árabe, lo que implica que muchos de los interesados no pueden leer ni comprender el reglamento escrito.

Estos reglamentos, considerados monumentos históricos de la jurisprudencia consuetudinaria bereber, establecen los derechos y deberes de los copropietarios. Incluyen detalles sobre la fundación del granero, el título de propiedad, las tareas de mantenimiento, el uso de instrumentos de medida, la venta y el aprovisionamiento de productos, los préstamos sobre cosechas, los turnos de vigilancia y las sanciones por malas acciones dentro del recinto. También regulan las relaciones sociales entre los usuarios y las ampliaciones del granero. Por ejemplo, el préstamo «rahan» se realiza mediante el empeño de un terreno cultivable o un objeto de valor, y las transacciones comerciales dentro del granero están protegidas. Una ley del granero de Ikounka multa a quien cite a otro para una operación comercial y no acuda a la cita. Otra prohíbe guardar nueces de argán debido a que producen gusanos, y una más obliga al dueño de una cámara superior a reparar las goteras para evitar perjuicios a sus vecinos de abajo.

La acta más antigua y prestigiosa es la de Ajarif, datada en 1344. A pesar de que los graneros eran independientes, los de la vertiente norte del Anti-Atlas occidental seguían un modelo constructivo único y tenían una carta común que establecía una jerarquía judicial, con Ajarif como el tribunal supremo. En otras regiones no había unidad de códigos ni arquitectónica.

El luh de Ajarif establece que los síndicos, en número de seis, son elegidos por un año. Los asociados, es decir, los cabezas de familia que poseen un compartimento, deben vigilar por turnos, pagar una contribución para remunerar al guardián y cubrir los gastos generales, participar en las obras de conservación del conjunto y mantener su propia cámara en buen estado. La comunidad es responsable de los hurtos cometidos dentro del espacio común si no se identifica al ladrón y debe indemnizar a la víctima. Además del hurto, están prohibidas todas las agresiones, incluidos los insultos, las acusaciones sin pruebas y los actos indecentes, penalizándose con multas cuyo producto se distribuye entre los síndicos y la víctima.

La mayoría de los códigos del Anti-Atlas se escribieron a partir del siglo XVI, posiblemente influenciados por los Saadíes y la Zaouïa de Tazeroualt. El luh de Tigfert, fechado en 1532, menciona al monarca saadí Mohamed Ech Cheikh y establece normas de comportamiento en el granero «como antes de existir el gobierno actual.» El luh de Ikounka, de 1686, contiene la frase «el sultán ha establecido a los Ilalen el luh de sus almacenes,» lo cual podría referirse al shij de Tazeroualt, quien se proclamó «rey» en 1611, ya que los Ilalen nunca reconocieron la autoridad del sultán de Fez o Marrakech.

Estos luh no se oponen a la sharia, aunque no la siguen estrictamente. En 1886, durante su expedición, Moulay Hassan revisó las actas de las tribus sometidas para asegurarse de que no contravenían el islam y las devolvió con pocas modificaciones. Históricamente, hubo pueblos que tenían un granero con su luh y un cadí para la justicia civil, sin que este último interviniera en las transacciones realizadas dentro del granero basándose en las leyes consuetudinarias.

Top 5 lugares que no debes dejar de visitar en tu viaje a Marruecos

Marruecos, con su rica historia, cultura vibrante y paisajes impresionantes, es un destino que fascina a cualquier viajero. Sin embargo, más allá de los destinos turísticos más conocidos, existen rincones menos explorados que ofrecen una experiencia auténtica e inolvidable. En este artículo, te invitamos a descubrir cinco joyas ocultas de Marruecos: desde los antiguos graneros del Anti Atlas hasta las majestuosas dunas del Erg Chegaga, pasando por el exuberante oasis de Skoura, los pueblos de piedra del Valle del Tassoute y la histórica ruta caravanera del Valle del Draa. Prepárate para un viaje lleno de aventuras, historia y belleza natural que te mostrará una faceta única de este fascinante país.

Los viajes a los graneros del Anti Atlas, ubicados en la región montañosa del sur de Marruecos, ofrecen una experiencia única y auténtica. Esta área, menos conocida y visitada que otras regiones del país, es rica en historia, cultura, arquitectura en piedra y paisajes impresionantes. 

Los graneros, también conocidos como agadires o Tigrem, son estructuras fortificadas utilizadas históricamente por las comunidades bereberes para almacenar alimentos, armas y otros bienes. Estos graneros comunales, a menudo situados en cumbres inaccesibles, son un testimonio de la ingeniosa arquitectura y el sentido comunitario de los habitantes locales. Explorarlos es como viajar en el tiempo, ofreciendo una visión fascinante de la vida en esta remota región. Cada agadir no solo servía como almacén, sino también como refugio en tiempos de conflicto, convirtiéndose en el corazón de la vida comunitaria.

El viaje a los graneros del Anti Atlas no es solo una aventura cultural, sino también una oportunidad para disfrutar de la naturaleza. Las montañas del Anti Atlas, con sus formaciones rocosas dramáticas y sus valles fértiles, son un paraíso para los amantes del senderismo y la fotografía. Los viajeros pueden caminar por antiguos senderos bereberes, visitar pueblos tradicionales y conocer a los amables lugareños, quienes están dispuestos a compartir sus historias y tradiciones. Las rutas de senderismo ofrecen panoramas que se extienden hasta el horizonte, revelando un paisaje que varía desde áridas montañas hasta valles verdes llenos de palmeras y olivos.

Además, estos viajes suelen incluir estancias en encantadores alojamientos locales, donde se puede disfrutar de la auténtica hospitalidad marroquí y degustar la deliciosa gastronomía regional. En estos alojamientos, a menudo gestionados por familias locales, los visitantes pueden disfrutar de comidas caseras elaboradas con ingredientes frescos de la región. Platos como el tajine y el cuscús son preparados con esmero y acompañados por el característico té de menta marroquí, ofreciendo una experiencia culinaria que complementa la riqueza cultural del viaje.

En resumen, un viaje a los graneros del Anti Atlas es una experiencia enriquecedora que combina historia, cultura y naturaleza en un escenario espectacular. La oportunidad de descubrir estos monumentos de la vida bereber y de adentrarse en un paisaje de belleza inigualable hace de esta aventura una experiencia inolvidable.

Los viajes a las dunas del Erg Chegaga, uno de los destinos más impresionantes del desierto del Sahara en Marruecos, ofrecen una experiencia verdaderamente aventurera y mágica. Este mar de dunas doradas, menos turístico y más remoto que el Erg Chebbi, se encuentra a unos 60 kilómetros al oeste de M’Hamid, el último pueblo antes de adentrarse en el vasto desierto.

Llegar a Erg Chegaga es toda una travesía, lo que añade un aire de exclusividad y autenticidad al viaje. El recorrido implica atravesar pistas de tierra y dunas, un trayecto que solo se puede realizar con vehículos 4×4 debido a las condiciones extremas del terreno. Durante el viaje, los paisajes cambian drásticamente, pasando de planicies pedregosas a impresionantes dunas de arena que alcanzan hasta 300 metros de altura. Este viaje en sí mismo es una aventura, ya que los conductores expertos navegan por terrenos desafiantes, llevando a los viajeros a través de algunos de los paisajes más remotos y hermosos del Sahara.

La lejanía de Erg Chegaga garantiza una experiencia de desierto más pura y menos concurrida. Aquí, los visitantes pueden disfrutar de la inmensidad del Sahara, participar en actividades como el sandboarding, montar en camellos y contemplar puestas de sol que tiñen el cielo de colores vibrantes mientras escuchas el silencio. Las dunas, que cambian de color con la luz del sol, crean un espectáculo visual que es a la vez sereno y espectacular. Por la noche, el cielo estrellado ofrece un espectáculo inolvidable, perfecto para los amantes de la astronomía y la tranquilidad absoluta. Lejos de la contaminación lumínica, el cielo sobre Erg Chegaga se convierte en un manto de estrellas, ofreciendo vistas claras de la Vía Láctea y constelaciones.

Alojarse en campamentos tradicionales bereberes añade un toque cultural y auténtico al viaje. Los viajeros pueden degustar la deliciosa cocina local y aprender sobre la vida nómada de los bereberes. Estos campamentos, aunque básicos, están diseñados para proporcionar una experiencia auténtica sin sacrificar la comodidad esencial. Las tiendas de campaña son espaciosas y decoradas con alfombras y cojines, creando un ambiente acogedor y tradicional. Las comidas se preparan en fogones abiertos y se disfrutan bajo las estrellas, acompañadas por la música y los cuentos de los anfitriones bereberes.

En resumen, un viaje a las dunas del Erg Chegaga es una experiencia inolvidable, marcada por su aislamiento, belleza natural y la rica cultura del desierto. No verás turistas por aquí, lo que permite una conexión más profunda con el entorno y una experiencia más íntima del desierto del Sahara. Este es un viaje que desafía las expectativas y deja una impresión duradera en todos los que tienen la fortuna de experimentar su majestuosidad.

Viajar al oasis de Skoura es adentrarse en un paraíso verde en medio del desierto, ubicado en el sur de Marruecos. Este exuberante oasis es famoso por sus innumerables palmerales, huertos frutales y canales de riego tradicionales, que crean un contraste impresionante con el árido paisaje circundante. Es un lugar al que apenas llega el turista y que te permite hacer recorridos a pie, en bici o coche, ofreciendo una oportunidad única para explorar y conectar con la naturaleza y la cultura local.

Uno de los aspectos más destacados de Skoura son sus kasbahs, fortalezas de adobe que se erigen majestuosamente entre los palmerales. Estas estructuras históricas, con sus muros altos y torres decoradas, narran historias de tiempos pasados cuando las rutas comerciales atravesaban esta región. Las kasbahs no solo servían como residencias fortificadas, sino también como centros de administración y control de las rutas comerciales. Entre ellas, la Kasbah de Ameridil es la más famosa y emblemática. Este impresionante edificio, que data del siglo XVII, es uno de los mejor conservados y ofrece una visión fascinante de la arquitectura tradicional marroquí. Con sus intrincados detalles y su diseño laberíntico, la Kasbah de Ameridil ha sido inmortalizada en billetes de 50 dirhams marroquíes, subrayando su importancia cultural.

Explorar Skoura y sus kasbahs permite a los viajeros sumergirse en la rica historia y cultura de la región. Pasear por sus calles estrechas y visitar las kasbahs restauradas es como viajar en el tiempo. Los visitantes pueden aprender sobre la vida cotidiana de los antiguos habitantes, así como sobre las técnicas de construcción que han permitido a estas estructuras resistir el paso del tiempo. Los muros de adobe, construidos con materiales locales, no solo proporcionan protección contra el calor del desierto, sino que también representan un ejemplo de sostenibilidad y adaptación al entorno.

El oasis de Skoura, con su combinación de belleza natural y patrimonio histórico, ofrece una experiencia de viaje única y enriquecedora que no se puede perder. Los palmerales proporcionan sombra y frescura, creando un microclima que contrasta fuertemente con el árido desierto circundante. Los sistemas de riego tradicionales, conocidos como seguias, distribuyen el agua de manera eficiente, permitiendo el cultivo de una variedad de frutas y verduras que sustentan a la comunidad local. Los visitantes pueden participar en actividades agrícolas y aprender sobre las técnicas tradicionales de cultivo que han sido utilizadas durante generaciones.

Además, Skoura ofrece una serie de alojamientos que van desde casas de huéspedes tradicionales hasta lujosos riads, todos diseñados para ofrecer una experiencia auténtica y confortable. Estos alojamientos suelen estar rodeados de jardines exuberantes y ofrecen vistas panorámicas del oasis y las montañas circundantes. La hospitalidad de los anfitriones locales, combinada con la belleza natural y la riqueza histórica de la región, hacen de Skoura un destino que captura la esencia de Marruecos en su forma más pura.

El Valle del Tassoute, situado en el Alto Atlas de Marruecos, es conocido por sus impresionantes paisajes y pueblos de piedra que parecen sacados de otro tiempo. Este remoto y pintoresco valle es un tesoro escondido, donde los pueblos han mantenido su autenticidad y tradiciones a lo largo de los siglos. De difícil acceso, ya que hasta ahora, carecía de pistas, hace que casi no lleguen viajeros aquí, preservando su autenticidad y encanto.

Uno de los lugares más destacados del valle es el increíble pueblo de Magdaz. Este encantador asentamiento se distingue por sus ocho kasbahs de piedra, que se erigen majestuosamente contra el paisaje montañoso. Las kasbahs, construidas con técnicas tradicionales, son estructuras fortificadas que servían como residencias y defensas para las familias locales. Hechas de piedra y madera, estas kasbahs ofrecen una visión fascinante de la arquitectura vernácula del Alto Atlas. La durabilidad de estas estructuras es un testimonio de la habilidad y el ingenio de los constructores locales, quienes aprovecharon los recursos naturales disponibles para crear edificios que han resistido el paso del tiempo.

Magdaz no solo es impresionante por sus kasbahs, sino también por su disposición en terrazas y sus estrechas calles empedradas que serpentean entre las casas. Los techos planos y las paredes de piedra confieren al pueblo una apariencia única, integrándose perfectamente con el entorno natural. Los habitantes de Magdaz son conocidos por su hospitalidad y mantienen vivas sus costumbres y modos de vida tradicionales. Los visitantes pueden experimentar la vida diaria en el pueblo, participar en actividades agrícolas y disfrutar de la cocina local, que se basa en ingredientes frescos y recetas transmitidas de generación en generación.

El Valle del Tassoute y el pueblo de Magdaz ofrecen a los viajeros una experiencia auténtica y culturalmente rica. Explorar estos pueblos es como retroceder en el tiempo, brindando una oportunidad única para conocer de cerca la vida rural en Marruecos y disfrutar de la serenidad de un paisaje montañoso espectacular. Las montañas del Alto Atlas, con sus cumbres nevadas y valles verdes, proporcionan un telón de fondo impresionante para cualquier visita. Los senderos que serpentean a través del valle ofrecen oportunidades para el senderismo y la exploración, revelando vistas panorámicas y encuentros inesperados con la fauna local.

Además, el valle es hogar de una rica biodiversidad, con una variedad de plantas y animales adaptados a las condiciones de alta montaña. Los viajeros interesados en la botánica y la ornitología encontrarán en el Valle del Tassoute un lugar fascinante para la observación y el estudio. Los guías locales, con su profundo conocimiento del área, pueden proporcionar información valiosa sobre la ecología del valle y la interacción entre los humanos y el entorno natural.

En resumen, un viaje al Valle del Tassoute y el pueblo de Magdaz es una inmersión en una forma de vida que ha perdurado durante siglos, ofreciendo una conexión profunda con la historia, la cultura y la naturaleza de Marruecos.

La ruta caravanera del Valle del Draa, ubicada en el sur de Marruecos, es un viaje al pasado que revela la rica historia y la belleza natural de una de las regiones más emblemáticas del país. Esta antigua ruta, que una vez fue una vía crucial para las caravanas que transportaban oro, especias y sal entre Marruecos y el África subsahariana, está salpicada de impresionantes ksour fortificados, cada uno con su propia historia y carácter.

Uno de los ksour más destacados es Tamnougalt, una pueblo amurallado que se alza majestuosamente a lo largo del valle. Tamnougalt, con sus muros de adobe y su arquitectura tradicional, ha sido un centro de comercio y poder durante siglos. Sus calles laberínticas y casas tradicionales ofrecen una visión fascinante de la vida en tiempos pasados. Las caravanas pagaban aquí los impuestos por atravesar la zona. Los visitantes pueden explorar el ksar y sus alrededores, descubriendo las técnicas de construcción utilizadas para crear estas estructuras resistentes al clima árido del desierto.

Otro ksar notable es Ouled Driss, un conjunto de casas fortificadas que presenta un museo viviente de la cultura sahariana. Sus estructuras de adobe y su ambiente tranquilo permiten a los visitantes experimentar la autenticidad de la vida nómada y agrícola del desierto. El museo ofrece una visión detallada de la historia y las tradiciones de los habitantes del desierto, mostrando artefactos y utensilios que ilustran su vida diaria y su adaptación al entorno.

Nasrate, con sus altas torres y robustos muros, es otro ksar fortificado que destaca en la ruta. Menos conocido y más alejado de las rutas turísticas convencionales, Nasrate ofrece una experiencia más íntima y genuina del Valle del Draa. La fortaleza, construida en un lugar estratégico, proporcionaba protección y control sobre las rutas comerciales, asegurando el paso seguro de las caravanas. Los visitantes pueden caminar por sus calles estrechas y explorar los restos de la antigua fortificación, imaginando la vida de los comerciantes y habitantes que una vez vivieron allí.

Viajar por esta ruta caravanera fuera de los caminos turísticos habituales permite a los visitantes descubrir la esencia auténtica de Marruecos. Los paisajes cambiantes del valle, con sus palmerales y montañas, y los históricos ksour que salpican el recorrido, ofrecen una rica mezcla de naturaleza e historia. Esta ruta es perfecta para aquellos que buscan aventura, cultura y una conexión profunda con el pasado caravanero de Marruecos. Los palmerales, irrigados por sistemas tradicionales de canales, proporcionan un oasis de verde en medio del desierto, ofreciendo sombra y frescura en contraste con el calor abrasador del día.

Además, la región del Valle del Draa es conocida por su rica biodiversidad, con una variedad de plantas y animales adaptados al entorno desértico. Los visitantes pueden observar aves migratorias, insectos y reptiles que habitan en la región, así como explorar la flora local que incluye palmeras datileras y otras plantas resistentes al clima árido.

Los alojamientos a lo largo de la ruta varían desde campamentos en el desierto hasta casas de huéspedes tradicionales, proporcionando una gama de experiencias que combinan comodidad y autenticidad. Los anfitriones locales, conocidos por su hospitalidad, están siempre dispuestos a compartir sus conocimientos sobre la región, su historia y sus tradiciones, enriqueciendo aún más la experiencia del viaje.

En resumen, la ruta caravanera del Valle del Draa es un viaje que combina historia, cultura y naturaleza en un paisaje espectacular. Es una oportunidad para explorar una parte menos conocida de Marruecos, descubrir sus tesoros escondidos y conectarse con su rico patrimonio. Para los viajeros que buscan una experiencia auténtica y fuera de lo común, esta ruta ofrece una aventura inolvidable a través de uno de los valles más emblemáticos del país.

Descubriendo Marrakech: Un Viaje a Través de los Siglos

En el año 1062, en medio del vasto desierto del norte de África, surgió una ciudad que se convertiría en un faro de civilización y poder: Marrakech. Fundada por Youssef Ibn Tachfin, el primer emir de la dinastía bereber de los almorávides, Marrakech fue concebida como una avanzadilla estratégica para asegurar el dominio de la tribu sobre una región vital, donde convergían las rutas de caravanas que cruzaban el Sahara hacia el África negra.

Con el tiempo, lo que comenzó como un puesto militar se transformó en una próspera ciudad comercial, gracias a su ubicación estratégica en las rutas comerciales del desierto. Bajo el dominio de los almorávides, Marrakech floreció, expandiendo su influencia hasta Marruecos y la península Ibérica. La ciudad se convirtió en un centro de actividad cultural e intelectual, atrayendo a comerciantes, eruditos y artistas de todo el mundo árabe.

Sin embargo, la grandeza de Marrakech alcanzó su punto máximo bajo el reinado de los almohades, quienes conquistaron la ciudad en 1147 después de un largo asedio. Los almohades, con su visión grandiosa, reconstruyeron Marrakech con una arquitectura impresionante, erigiendo magníficas mezquitas, palacios y fortificaciones que dotaron a la ciudad de un esplendor sin igual.
Además, experimentó un renacimiento cultural, convirtiéndose en un centro de aprendizaje y cultura islámica. Grandes pensadores, poetas y científicos de todo el mundo árabe se congregaron en la ciudad, contribuyendo al florecimiento de las artes y las ciencias.

A pesar de su grandeza, el dominio almohade sobre Marrakech no duró para siempre. En 1276, los benimerines derrotaron a los almohades, extendiendo su influencia sobre Marrakech y el sur de Marruecos. Este ciclo de conquista y cambio dinástico continuó a lo largo de los siglos, con diferentes familias reinantes dejando su huella en la historia de la ciudad.
A medida que las dinastías venían y iban, Marrakech seguía siendo un centro de actividad cultural y comercial, atrayendo a comerciantes, viajeros y artistas de todo el mundo. La ciudad se convirtió en un crisol de culturas, donde las tradiciones árabes, bereberes y africanas se entrelazaban para crear una identidad única.

Fue en el siglo XVI cuando Marrakech volvió a resurgir, esta vez bajo el dominio
de la tribu de los saudíes, que trasladaron la corte a la ciudad en 1549. Durante
este período, Marrakech experimentó un período de gran crecimiento y esplendor, convirtiéndose en una de las ciudades más pobladas del mundo árabe y adornada con palacios suntuosos, como el impresionante Palacio de Badi.
Bajo el dominio saudí, Marrakech se convirtió en un centro de actividad política, económica y cultural, atrayendo a comerciantes, artesanos y artistas de todo el mundo. La ciudad era conocida por su opulencia y extravagancia, con sus calles llenas de mercados bulliciosos, palacios magníficos y jardines exuberantes.

La llegada de las potencias coloniales europeas en el siglo XIX trajo consigo un nuevo capítulo en la historia de Marrakech. Francia y España se repartieron el control de Marruecos, desencadenando una serie de revueltas y conflictos que marcarían el camino hacia la independencia.

Para mantener el control, la administración francesa hizo un pacto con Thami el Glaoui, un señor de la guerra que gobernaba las tribus del Atlas. Durante más de cuarenta años, Thami el Glaoui gobernó Marrakech con mano de hierro, hasta su muerte en 1955. Su desaparición marcó el inicio de una nueva era para Marrakech, que finalmente obtuvo su independencia en marzo de 1956

Hoy en día, Marrakech sigue siendo un destino fascinante para los viajeros, una ciudad donde el pasado y el presente se entrelazan en un vibrante tapiz de historia y tradición. Desde sus antiguas murallas hasta sus bulliciosos zocos, cada rincón de Marrakech cuenta una historia, invitando a los visitantes a sumergirse en la rica cultura de esta joya del norte de África.
Marrakech es hoy la ciudad internacional de Marruecos, con una comunidad de extranjeros que viven permanentemente aquí vasta y en continuo crecimiento. Los pioneros fueron los millonarios de los años veinte y treinta, seguidos por artistas e intelectuales de los años sesenta entre extravagancias y fiestas psicodélicas. Nació en aquellos años el mito del
Marrakech exótico y bohémienne que arrastró a la generación sucesiva de extranjeros, que desembarcó en la ciudad a partir de los años ochenta. Algunos de ellos decidieron trasladarse a vivir a la Medina, recuperando antiguos edificios en plena decadencia. La población marroquí, en cambio, por lo menos la que se lo puede permitir, vive en el sueño de una casa «moderna» en la ville nouvelle.

La Medina, también conocida como la ciudad vieja, es el corazón histórico de Marrakech. Rodeada por imponentes bastiones de tierra roja, esta parte de la ciudad está impregnada de historia y cultura. Aquí, las reglas tradicionales prevalecen: el alcohol está prohibido y los edificios no pueden superar los tres pisos de altura. El característico color rojo-ocre de los edificios le ha valido a Marrakech el apodo de «ciudad roja». La Medina está repleta de
antiguos palacios, mezquitas y mercados, siendo la gran plaza de Jamaa el Fna su punto focal más emblemático.
Explorar la Medina es sumergirse en un laberinto de callejuelas llenas de vida y color, donde los vendedores ofrecen sus productos y los aromas de especias y comida callejera llenan el aire. Los antiguos palacios y mezquitas, aunque en su mayoría no están abiertos a los no musulmanes, son testigos silenciosos de la rica historia de Marrakech y su importancia como centro cultural y religioso.

Fuera de las murallas de la Medina se encuentra la ville nouvelle, la ciudad nueva construida durante el dominio colonial francés. Aquí, la modernidad se mezcla con la tradición en una amalgama única de estilos arquitectónicos. Los barrios de Guéliz e Hivernage son los principales distritos de la ville nouvelle, con la Avenue Mohammed V como su arteria principal. Esta amplia avenida arbolada desemboca junto a una de las puertas de la ciudad vieja, creando un puente visual entre el pasado y el presente de Marrakech.
En la ville nouvelle, los visitantes pueden encontrar una amplia variedad de tiendas, restaurantes y hoteles de lujo, así como una vibrante vida nocturna. Aquí, el ritmo de vida es más rápido y cosmopolita, pero aún se pueden encontrar reminiscencias de la rica cultura marroquí en cada esquina.

Hacia el este de la Medina, fuera de sus murallas y fuera de la ciudad nueva, se encuentra el barrio residencial de la Palmeraie, una zona semidesértica llena de palmeras que ha experimentado un crecimiento significativo en los últimos años.
La Palmeraie es un refugio tranquilo del bullicio de la ciudad, donde los residentes pueden disfrutar de la tranquilidad y la belleza natural del paisaje. Con sus lujosas villas y complejos turísticos, escondidos entre palmeras, este barrio ofrece un estilo de vida exclusivo en medio de la vibrante energía de Marrakech.

  • Medina: Es la ciudad vieja, protegida por un cordón de bastiones hechos de tierra roja que encierran un laberinto de callejuelas y palacios, mercados y mezquitas, cúpulas y miranetes. La Medina de Marrakech ha sido declarada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1985, siendo actualmente uno de los lugares de visita obligada. Su corazón es la gran plaza Jamaa el Fna, al norte de la cual se abre el laberinto de los Suks (mercados tradicionales, a menudo descubiertos). Siguiendo hacia el norte se encuentran la mezquita y madraza de Ben Youssef y el Museo de Marrakech. Al sur de la plaza, en cambio, a lo largo de los siglos se han instalado los gobernantes de la ciudad. Hoy la zona está dominada por el Palacio Real, erigido sobre las ruinas de los precedentes palacios almohades, que ocupa una vastísima área rodeada de murallas (la llamada kasbah, que significa ciudadela fortificada) y no está abierto al público. Pero se puede visitar el palacio de la Bahía y de Dar Si Said, construidos en el siglo XIX por dos visires de los sultanes y las imponentes ruinas del gran palacio Badi.
  • Guéliz: Es el núcleo principal de la ciudad nueva, construido por los franceses en los años treinta. El barrio es menos característico que la Medina, pero también animado. Aquí es donde se concentran los grandes hoteles internacionales y los restaurantes, las tiendas y los no muy numerosos locales nocturnos de la ciudad.
  • Hivernage: Al sur de Guéliz y un poco al oeste de la Medina se encuentra este pequeño barrio residencial que alberga villas particulares y hoteles internacionales de cinco estrellas, así como el nuevo Teatro de la Ópera y el Palacio de Congresos.
  • Palmeraie: Este vasto oasis de tierra pelada y palmeras se extiende al noreste de la Medina (más de 100.000 plantas se han regado durante siglos gracias a la ingeniosa red de tuberías subterráneas de barro seco que data del siglo XII). Es la última frontera de los millonarios de Marrakech, marroquíes y extranjeros, que se han construido residencias de lujo, con jardines exuberantes y a menudo circundadas de altos muros para proteger la privacidad de los residentes y sus huéspedes. Algunas son hoteles de lujo, como el Hotel Jnane Tamsna, una distinguida infraestructura en estilo ecléctico que hospeda a las estrellas de Hollywood que pasan por la ciudad, o Les Deux Tour, proyectado por el arquitecto más famoso de la ciudad, Charles Boccarà. Es una especie de Beverly Hills a la marroquí, donde se rige la norma del total respeto por las palmeras de modo que ninguna construcción puede dañar o interferir en el crecimiento de las palmeras.
  • Mellah: Es el antiguo barrio judío de la ciudad, que da a la muralla exterior del palacio Badi, en la zona sur de la Medina. En él hay una sinagoga y un gran cementerio, demás de un mercado cubierto. Algunas de las casas del barrio tienen balcones que dan a la calle, una peculiaridad de los judíos de Marrakech. Su nombre, Meliah, un apelativo común a todos los barrios judíos de las ciudades marroquíes, significa «lugar de la sal», lo cual se remonta a la época del monopolio que los mercaderes judíos tenían del comercio de la sal que se extraía de las montañas del Atlas y que se utilizaba para conservar los alimentos. La comunidad judía de Marrakech tiene un origen muy antiguo. A principios del siglo XX contaba con unos 40.000 miembros, pero después de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual el rey Mohammed V rechazó aplicar las leyes antisemitas promulgadas por el gobierno francés colaboracionista de Vichy, la mayoría emigró a Francia, Estados Unidos o Israel o se trasladó a Casablanca. Actualmente quedan sólo algunos centenares de personas.
  • Plaza Jamaa el Fna: Esta gran plaza de forma irregular (hoy pavimentada, pero hasta hace poco de tierra batida roja) es el corazón de la Medina, desde donde salen en todas direcciones una densa red de callejuelas. Tranquila y somnolienta por la mañana, al pasar las horas se va llenando de vendedores ambulantes de todo tipo y mujeres que pintan las manos y pies con henna; también hacen su aparición los vendedores de agua, los vendedores de quincalla o de dentaduras y pociones afrodisíacas. Pero el momento culminante es al anochecer, cuando se convierte en un enorme escenario al aire libre, donde una multitud de espectadores de todas las edades pasea y rodea a los malabaristas, músicos, faquires, encantadores de serpientes y juglares. Y en el centro de la plaza se instalan decenas de tenderetes-restaurante que sirven pinchos y otros platos tradicionales cocinados en el acto. Es un espectáculo de sonidos, olores y colores del que se puede disfrutar sentado en uno de los muchos cafés que hay en la plaza, pero lo mejor es mezclarse con la gente e ir de corro en corro, dejándose llevar por las sensaciones del momento.
  • Avenue Mouassine: Es la calle más refinada de la Medina. Detrás de las paredes desnudas de ladrillos o arcilla roja se esconden un número creciente de tiendas de moda y galerías, como Dar Cherifa y el Ministerio del Gusto, así como refinados riads.
  • Avenue Mohammed V: Esta amplia avenida arbolada es la arteria más importante de Guéliz, el barrio principal de la ciudad nueva, en la que se encuentran los edificios modernos de oficinas, bancos, tiendas, restaurantes y cafés con terrazas. Su punto más destacado, alrededor del cruce con la calle de la Liberté, es el Mercado Central, allí donde la gente del lugar compra comida, flores y productos de menaje para la casa. El tramo más céntrico de la avenida entra a la Medina a través del Bab Nkob y termina a los pies del minarete de la Koutoubia.
  • Los suks: El barrio de los suks (mercados o zocos) se halla junto a la parte norte de la plaza Djemaa el Fna. Las dos calles principales son Rue Semarine y Rue Mouassine; la primera es una sucesión ininterrumpida de pequeños bazares, mientras que la segunda es más tranquila y cuenta con un número creciente de lugares de calidad. Cada sección del suk lleva el nombre del principal tipo de mercancías que ofrece (vestidos, especias, pieles, babuchas, alfombras, lana, madera, vajillas, etc.) o de los talleres de los artesanos (tintoreros, carpinteros, herreros, etc.). El suk de las alfombras ocupa el área del viejo mercado de los esclavos, el criée berbère. Al nordeste de los suks está el barrio de los curtidores, que se extiende a lo largo de la calle Bab Debbagh, llamada así debido a que desemboca en la puerta que lleva ese mismo nombre.
  • Mezquita y Madrasa Ben Youssef: La mezquita domina la plaza homonima, en medio de los suks que se extienden al norte de Jamaa el Fna. El edificio actual data del siglo XIX, pero en el mismo lugar se construyeron anteriormente, desde el siglo XII, otras dos versiones. Frente a la mezquita, en el interior de un recinto y más baja que el nivel de la calle, se encuentra la cúpula Ba’adiyn, la única estructura que quedó en la ciudad de tiempos de los almorávides, los fundadores de Marrakech. El interior está decorado con vivos motivos florales. En las cercanías está también la madrasa (escuela coránica) Ben Youssef, fundada en el siglo XIV y más tarde ampliada en diversas ocasiones. En funcionamiento hasta los años sesenta, más tarde fue restaurada y abierta al público. Se accede a un imponente patio sobriamente decorado con trabajos de estuco, madera de cedro con incrustaciones y azulejos, con un gran estanque en medio. Alrededor del patio, en dos niveles, se encuentran las habitaciones de los estudiantes y una sala de oraciones con una cúpula.
  • Mezquita Kutubia: Rodeada por magníficos rosales, se encuentra en el interior de la Medina, cerca de la Bad Jedid. Se construyó en el siglo XII, junto a un edificio construido hacía poco, que luego se derrumbó en el siglo XVIII, y tomó el nombre del suk el Koutubiyyin (suk de los libreros) que antiguamente había en la zona. La mezquita es famosa sobre todo por su minarete de base cuadrada, que hizo construir Yacoub el Mansour a fines del siglo XII, que representó el modelo de referencia para la Giralda de Sevilla, y para la Torre Hasan en Rabat. La torre es el edificio más alto de Marrakech y con sus 77 metros de altura domina la Medina, pudiéndose ver a distancia cuando se llega a la ciudad. Hoy la silueta destaca desnuda de ladrillos, culminada con globos de bronce, pero antiguamente toda la superficie del minarete estaba cubierta de decoraciones de cerámica y estuco (los únicos fragmentos que se han conservado son los frisos de azulejos debajo del almenaje). En el interior, que no se puede visitar, hay una rampa ascendente, lo suficientemente amplia como para poder subir a caballo, que lleva a la cima, desde donde los muecines llaman a los fieles a la oración ritual cinco veces al día. Al oeste de la plaza se encuentran las ruinas de una gran mezquita, que hicieron construir los conquistadores almohades.
  • Palacio Dar el Bacha (o Dar el Glaoui): Dar el Bacha significa «palacio del patró», y era la residencia de uno de los personajes más célebres de la historia de Marrakech, el cruel Thami el Glaoui, que en la primera mitad del siglo XIX fue señor de la ciudad y de todo el Atlas meridional durante varias décadas. Aquí Thami el Glaoui tenía su corte y recibía a los huéspedes ilustres que le visitaban, entre los cuales estuvieron políticos occidentales como el inglés Churchill o el americano Roosevelt. El aspecto actual del palacio seguramente no está a la altura de su fama, alimentada por una serie infinita de anécdotas curiosas y subidas de tono, pero quedan bonitos patios interiores ricamente decorados en yeso, madera tallada y azulejos policrómicos.
  • Palacio Badi: Se edificó con gran lujo en la segunda mitad del siglo XVI durante el reinado del sultán Ahmed el Mansour. Las paredes y los techos estaban recubiertos de oro proveniente de Tombuctú, mítica ciudad de más allá del desierto conquistada por el sultán. Había paredes de mármol y piedras importadas de la India y grandes patios embellecidos con estanques y fuentes caudalosas. Además, el ambiente olía a flores y esencias exóticas. No obstante, sólo cien años más tarde ya estaba en ruinas, pues el nuevo señor de Marruecos, Moulay Ismail, despojó completamente el palacio y se llevó sus tesoros a su nueva capital, Meknés. Hoy, la grandeza del pasado se debe imaginar caminando entre imponentes ruinas. El patio principal es un inmenso espacio vacío delimitado por imponentes bastiones perforados, sobre los cuales han hecho sus nidos las cigüeñas. El gran estanque central está seco, pero diseminados por el entorno hay restos de mosaicos y columnas esculpidas. El lugar revive durante los grandes eventos, como los conciertos y espectáculos del Festival del Arte Popular y las proyecciones en una gran pantalla durante el Festival de Cine.
  • Palacio de la Bahía: En el lado norte de Mellah, el antiguo barrio judío, se encuentra este gran palacio, que tiene una extensión de 8 hectáreas de superficie y cuenta con más de 150 habitaciones. Fue mandada construir a fines del siglo XIX por un visir de la corte real. Los interiores están ricamente decorados en estilo tradicional, con mosaicos y detalles de madera de cedro tallada. Los patios son especialmente bonitos, con pequeños pero frondosos jardines, piscinas y fuentes. Una parte del edificio estaba reservada a las habitaciones de las 24 concubinas del visir, que también tenía cuatro esposas. Cuando murió, el sultán vació el palacio y se llevó los muebles y las alfombras a la residencia real.
  • Tumbas Saadíes: Las tumbas sagradas de los sultanes se encuentran junto al muro meridional de la mezquita Kasbah, junto al Palacio Real, en la zona de la Medina. Durante siglos han representado un secreto bien guardado, que los occidentales desconocían totalmente. En los años veinte algunos oficiales franceses se dieron cuenta de que había algunos tejados verdes que sobresalían de los barrios más pobres. Indagaron entre la gente del lugar, obteniendo siempre evasivas, pero uno de ellos perseveró en su investigación hasta descubrir una callejuela escondida que llevaba a una minúscula puerta en arco. Una vez pasado su umbral, entró en un jardín y vio las tumbas que hasta entonces se habían mantenido escondidas a los infieles. Hoy las tumbas saadíes son uno de los lugares más visitado de la ciudad, pero para acceder a ellas se tiene que hacer todavía el mismo recorrido tortuoso. Muchas tumbas están decoradas con mosaicos variopintos. Las más monumentales son las de los pabellones construidos durante el reinado de Ahmed el Mansour, en la segunda mitad del siglo XVI. A poca distancia de las tumbas está Bab Agnau, la puerta que marca el acceso a la Kasbah (área fortificada en el interior de la Medina, en la cual se encuentra el Palacio Real). Es una de las puertas más bonitas de la ciudad, realizada en el siglo XII en piedra y no en ladrillos de tierra como el resto. Al otro lado de la calle se encuentra la puerta Er Rob, invadida por coloridas tiendas de lozas.

Marrakech, aunque carece de grandes museos convencionales, ofrece fascinantes colecciones de arte y artesanía marroquí, tanto antiguas como contemporáneas. Destacando la cultura berebere, estas colecciones se exhiben en antiguos palacios exquisitamente decorados, que por sí mismos son una atracción. Además, la vida cultural contemporánea se concentra en galerías de arte que funcionan como espacios multifuncionales, albergando exposiciones, tiendas, librerías y cafés.

  • Dar Cherifa: Galería-café literario convertida en uno de los puntos centrales de la escena artística de la ciudad. Se encuentra en uno de los riads más antiguos de Marrakech, pues data de fines del siglo XVI. En ambientes devueltos a su antiguo esplendor y decorados con un gusto impecable, se pueden ver exposiciones de arte contemporáneo o fotografía, asistir a conciertos de música tradicional (gnawa, sufí, etc.) o a presentaciones de libros, o simplemente charlar frente a un vaso humeante de té a la menta, la bebida nacional de Marruecos. La idea es de Abdellatif Aït Ben Abdallah, el propietario de Marrakech Riads, una sociedad encargada de la venta y restauración de los riads y que ha restaurado, con gran rigor filológico, el palacio que alberga el centro cultural y otros cinco edificios dispersos por la Medina, transformándolos en maison d’hôtes.
  • Ministerio del Gusto: Ideado y realizado por los diseñadores italianos Alessandra Lippini y Fabrizio Bizzarri, este excéntrico gran espacio multifuncional se utiliza también como espacio para muestras temporales, cambiando de muestra cada tres meses aproximadamente, dedicadas tanto a artistas marroquíes como internacionales.
  • Musée Dar si Said: Situado en un suntuoso palacio del siglo XIX, expone una rica colección de objetos de arte y artesanía tradicional del sur de Marrruecos, entre los cuales hay piezas de cobre, alfombras, ropas y joyas bereberes, piezas talladas de madera de cedro, puertas, persianas policromas y fragmentos de techos, además de un «minbar» , una especie e púlpito transportable, que había sido utilizado en la mezquita Kutubia. El museo fue construido en el siglo XII por artesanos de Córdoba y sus lados están adornados por unos mil paneles decorados.
  • Museé de Marrakech: Inaugurado a fines de los años noventa en un palacio del siglo XIX meticulosamente restaurado, el museo se creó con el fin de tener una colección permanente de arte marroquí contemporáneo y organizar exposiciones y otros eventos culturales. Acoge también una preciosa colección de libros y caligrafía islámica y una recopilación de litografías y acuarelas de temas marroquíes.
  • Mussé du Jardin Majorelle: La villa Majorelle, que hizo construir en los años veinte el pintor Jacques Majorelle y que compró en los años sesenta el famoso estilista francés Yves Saint Laurent, alberga una colección permanente de arte islámico, que hoy se puede visitar junto con el espléndido jardín. Hay joyas tradicionales, bordados, manuscritos miniados, antiguas piezas de madera tallada y una serie de litografías de Majollere dedicadas al Atlas.
  • Musée Tizkiwin: Este pequeño museo privado, que se halla en el palacio del antropólogo-coleccionista holandés Bert Flint, cuenta con una magnífica colección de cerámicas, alfombras, tejidos y ropas bereberes. Cada región del país está representada con sus productos artesanales más característicos

A pesar de su árido clima, Marrakech ha sido siempre un jardín, gracias a las ingeniosas técnicas de canalización y riego llevadas a la práctica desde el siglo XI, cuando los almorávides llegaron a la región. El agua se trajo a la ciudad desde el valle de Ourika (a 60 km.) mediante canales de riego de barro seco. Hoy la ciudad cuenta con varios jardines.

  • Jardín Majorelle: Lo realizó en los años treinta el pintor francés Jacques Majorelle alrededor de su taller. En los años sesenta la propiedad pasó al famoso estilista francés Yves Saint Laurent, que se hizo construir una nueva villa y abrió en el antiguo taller de Majoralle una exposición permanente de arte islámico e hizo recuperar el jardín inspirándose en un estilo sensual y lujurioso. Sus superficies de un intenso azul cobalto, el llamado blu majorelle, cierran un universo tropical superabundante de formas y colores, entre naranjos, plataneros, palmeras enanas, cactus y otras raras plantas, hibiscus, y rosales. Además, hay diversos riachuelos y estanques llenos de nenúfares, donde viven carpas y tortugas. Un lugar que puede encantar, como una extravagante creación de alta costura con la firma de Saint Laurent. Ciertamente, está a años luz del estilo minimal con influencias orientales que tiene cada vez más adeptos entre los decoradores y arquitectos que trabajan hoy en la ciudad.
  • La Menara: Son los jardines más célebres de la ciudad. Se encuentran fuera del centro urbano, cerca del aeropuerto, y están dominados por un gran espejo de agua central, de forma rectangular, habitado por grandes carpas, desde donde sale el sistema de irrigación. En su entorno crecen olivos y árboles frutales. Los jardines fueron proyectados en el siglo XII, en tiempos de la dinastía almohade, pero luego cayeron en la ruina, hasta que en el siglo XIX los monarcas alauitas pusieron en marcha un proyecto de recuperación. En 1969, el sultán Mohammed V hizo construir lo que hoy caracteriza el lugar: el pabellón con el tejado de tejas verdes que se encuentra junto al estanque, reflejándose en sus aguas.
  • Jardines del Agdal. Estos jardines son una joya histórica y natural que refleja la belleza y la serenidad de Marruecos. Creados en el siglo XII por los almohades, se extienden sobre una vasta área y están salpicados de piscinas y canales de riego. El diseño tradicional marroquí se manifiesta en su disposición geométrica, con árboles frutales y exóticas plantas ornamentales que proporcionan sombra y color a lo largo de los caminos. Este oasis ofrece un refugio tranquilo y fresco del bullicio de la ciudad, invitando a los visitantes a pasear y relajarse entre su exuberante vegetación y su arquitectura tradicional. Los Jardines del Agdal son un testimonio vivo de la rica historia y la artesanía paisajística de Marruecos, Ahora también hay unos cuantos hoteles de lujo en la zona.